Ya puedo ver las grietas de mis apretados zapatos, presiento la noticia vecina como se apodera de los precarios conocimientos. Me veo, tras cualquier lápiz afilado, que representa un acto carnal, ingenuo de si. Cuando al continuar este trazado se convierte áspero y ruidoso, tranquilo, como necesito desearme.
Sobrevuela un ave de plumaje blanco, desde abajo solo se observarlo, imaginar su punto de visión, ser ese margen que me divide del pájaro. Pájaro ojala fuese yo.
Me precipitaría a los vientos, o buscaría semillas en las rendijas que surgen en las baldosas. Seria cóndor, sin montaña ni caverna, obviando la necesidad de un refugio, cuado el aire nos abraza sin querer, cuando la palabra “libertad” sea más que palabra u oración.
No suelo creer, ni orar. Me imagino un Icaro natural. De reales abanicos trenzados, remontando llanuras, nunca creí. Como mucho en mí. Porque se hoy que animal no podré ser, que mañana amaneceré en un espécimen diferente, civilizado, cordial, amable, hasta patético. Hasta humano.
Carne sin amor, y de existir tal, fue diosa y voló por obligación. No cruzo cierto mar, pero aun en las montañas es duro resistir, es imposible no admitir la inmortalidad, cuando fue.
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